miércoles, 27 de agosto de 2014

Un gato atorado



-¡No se doctor! Hace una semana que no quiere comer. Está todo débil y triste. Las nenas no paran de llorar porque piensan que se va a morir-
-¿Y porque no vinieron antes?- Pregunté haciendo gala de mi viveza
-Lo que pasa es que mi marido es anti-médico. Dice que los médicos y los veterinarios son lo mismo y que ninguno sabe nada-
Nos miramos con Juan sin saber si reírnos o llorar.
-¡Permítame que lo revisemos señora!-
Tomé suavemente el animalito y nos metimos en el laboratorio. Al palpar se le notaba algo raro en la garganta. Le dimos un sedante porque estaba un poco loco y en cuanto abrimos la boca, apareció un huesito bien instalado en la faringe, que pudimos sacar sin mucho trabajo.
Pusimos a la víctima en una caja y al hueso en un frasquito.
-¡Listo señora! Mire cual era el problema- Dije, mientras le daba el frasco con el hallazgo -¡Llévelo para que lo vea su marido! Eso sí, me dijo el gatito que les avise que le han hecho pasar una semana fatal y que en cuanto esté mejor va a pensar si sigue viviendo con ustedes-
-¿En serio?- Chillaron las nenas -¿Viste mamá? ¡Es culpa de papá y tuya también!-
-¡No se pongan mal chicas!- Dije contento con el efecto de mi broma y venganza –Capaz que lo dijo solo porque estaba enojado ¡Ustedes cuídenlo mucho y van a ver que no se va!-




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