Los
tambos grandes son lugar de paso de mucha gente. Sobre todo los que dependen
del tambero, que generalmente trabaja a porcentaje y se encarga de contratar su
propio personal. La rutina allí es tremendamente dura y desgastante. Se arranca
a las dos o tres de la mañana con el primer ordeñe y a las tres de la tarde con
el segundo. Se duerme mal, se camina siempre entre el barro, el agua, la bosta
y la humedad. Los días de helada son matadores y se hace mucha fuerza. Es
lógico que la mayoría no aguante ese trote por mucho tiempo. Entonces van
pasando distintos personajes. Muchos nacionales y otros importados. Sobre todo
de Paraguay.
Ayer
nos tocó asistir un parto, y como pasa siempre, llegaron los chicos a curiosear.
Allí estaba William Cardozo. Mientras hicimos todas las maniobras para preparar
la vaca, el muchachito hablaba y hablaba. Inquieto como una ardilla. Nos contó
que su familia venía de Santa Fe, que tiene seis años y una sola novia, cosa
que hizo que los compañeros se rieran. Los demás afirmaron tener más de una.
Dijo que si queríamos nos ayudaba porque tenía mucha fuerza y mil cosas más.
Cuando llegó el momento de sacar el ternero, dejamos que los tres chicos se
agarraran de la última parte de la larga soga para colaborar. Por fin salió la
criatura y nuestros ayudantes se llenaron de emoción, pero William, por primera
vez, se quedó callado mirando como la parturienta se comía la placenta.
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