El clima me fue arrinconando hasta
la máquina y acá me tienen de nuevo enredado en las teclas, antes blancas, y
ahora amarillentas por el uso y la suciedad.
Estamos pasando tiempos duros.
Nuestra zona se llenó de agua y los caminos no aguantaron la presión. Hay
cortes y pantanos por doquier, y lagunas, lagunitas y lagunones en todos lados.
Impresiona ver el paisaje desde arriba de nuestras sierras. Se ven espejos de
agua brillantes, ocupando el mismo espacio que los terrenos a salvo.
A pesar de todo, hay regiones que
están aún peor. A medida que viajamos hacia el norte de la provincia de Buenos
Aires, la situación se complica. Me hace acordar a los años bravos de
inundación.
Así es el campo. Como dije en la
entrada anterior. Hay momentos para quedarse quietito y aguantar. Son tiempos
de perder mucho. De desánimo. Por eso no es justo tener que soportar también al
montón de ignorantes que juegan con los productores.
Verdaderos ignorantes de lo que es
la actividad agropecuaria nos están conduciendo desde hace diez años. Son
soberbios, agresivos, autoritarios y, al desconocer la realidad de los hombres
del campo, les tienen miedo.
Es muy malo darle poder a un
miedoso. Se vuelve vengativo y cruel. Solo busca destruir al que lo asusta.
En eso están los tipos.
El plan les va saliendo bien. Tienen
contra las cuerdas a la producción triguera, la ganadería, la lechería y
algunas economías regionales, como las que dependen de la yerba mate, los
cítricos y la vitivinicultura.
Tal vez antes de irse alcancen a darles
el golpe de gracia, aunque si lo logran, habrán terminado con el país.
¡Que así no sea!
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