El
último feriado arrancó complicado. Bien temprano tuve que ir a un campo en la
sierra grande para sacar un ternero. Un lindo día de invierno. Con puro sol
pero un viento que lastimaba.
Volví
cerca de mediodía y me puse a cocinar un lomito de cerdo que me habían
regalado. Lo hice a la cacerola con un montón de ingredientes y una guarnición
de papas. Iba lindo. Pero siempre hay fatalidades.
Cinco
minutos antes de mediodía me llamó el encargado de Toki Eder, un campo cerca de
Licenciado Matienzo, porque tenía una vaquillona que no podía parir. Suspendí
el almuerzo y salí con poco ánimo.
Me
esperaba la pobre parturienta, una vaquita colorada, suelta en un callejón con
otras futuras mamás. Tuve que enlazarla, voltearla y manearla prolijamente. No
tenía la ubre llena de calostro ni la vulva dilatada y húmeda, como es
costumbre en un parto normal. En cuanto la revisé supe que era algo raro. La
vagina apenas me dio lugar para pasar la mano y tocar el hocico y los dientes
de un ternero que no parecía muy grande.
-¡No
hay caso Cacho! ¡Este por acá no sale! Voy a tener que hacer una cesárea- Dije
enseguida.
-¡Metalé
dotor! ¡Así no se le pasa el puchero!- Contestó sonriendo, porque ya le había
contado del manjar que me estaba cocinando.
La
operación fue un trámite simple y allí apareció un pobre feto, al que todavía
le quedaba un mes de gestación, con la cabeza enormemente deformada por una
hidrocefalia grave.
Terminé
todo, soltamos a la madre que se paró orgullosa y se fue con sus amigas sin
mirar para atrás siquiera y solo me quedó la tarea de sacar algunas fotos del muchachito
para engordar mi archivo.
Cuando
llegué, terminé de cocinar, comí tranquilamente, me tomé un buen vino y me
dormí un siestón.
Solo quería saber si era posible que naciera un ternero con hidrocefalia, porque en La India parece que creen que nació un ternero con cabeza humana, y yo no sé de veterinaria, pero para mí tenía hidrocefalia. Gracias!
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