Estos días de llovizna se prestan
para los accidentes.
Anteayer Juan Navarro, un vecino de
San Manuel, viajó a Tandil para hacer algunos mandados. Mientras entraba a la
ciudad por la Avenida Marconi ,
en ese momento casi sin tránsito, vio que, allá adelante, un motociclista hacía
una rara pirueta, producto de la humedad. En el mismo acto, el rodado y el ser
humano se desparramaron por el asfalto.
Navarro paró solícito su camioneta
frente al accidentado, con ese ánimo generoso de la gente de nuestro pueblo, y
se encontró con un cuadro tremendo. Ahí tirado yacía inmóvil un hombre
grandote, con el casco negro todavía calzado y, lo peor de todo, con la pierna
izquierda quebrada mas arriba de la rodilla, formando un feo ángulo hacia
fuera. A unos diez metros quedó la motito Zanella blanca.
Navarro se acercó al pobre hombre
que ya empezaba a reaccionar y le dijo que no se moviera, porque enseguida iba
a llamar al hospital para que mandaran la ambulancia. Inesperadamente, el
accidentado se negó con firmeza ante la oferta. Navarro insistió y el tipo se
siguió negando hasta que al fin nuestro vecino, creyendo que lo del hombre se
debía a la conmoción del golpe le dijo:
-¡Vea amigo! ¿No se porqué no quiere
que lo ayude, no se da cuenta que tiene una quebradura fea?-
El hombre lo miró a través del visor
de plástico del casco y le contestó:
-¡La pata es ortopédica! ¡No se
preocupe! Lo que puede hacer es darme una mano para que me levante y después
guardarme la prótesis en la mochila.
Navarro lloraba de risa cuando me
hacía el cuento esta mañana, porque para terminar el trámite, parece que el
zapato de la pata de palo era como del 44 y no entraba en la mochila, así que
la tuvo que empaquetar al revés, dejando el calzado al aire.
Y allá partió el golpeado, saltando
con la pata buena, llevando del volante a la moto que no arrancaba y luciendo
en la espalda una mochila con un zapato afuera.
Cosas de los días lluviosos.
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