jueves, 17 de septiembre de 2015

La hormiguita pleitera

Parece chiste, pero así como se las ve, tan ordenaditas y andariegas, las hormigas negras pueden ser de lo más conversadoras si se les busca la boca. Hace tres días me pasó algo increíble. Recién terminábamos un duro trabajo con unos cuantos toros Hereford y me fui al trote hasta la camioneta, que había quedado atrás de unos álamos, algo alejada de la manga.
Me senté sobre un balde dado vuelta para acomodar el instrumental, mientras el resto de la gente se iba a caballo con los toros. A la vuelta nos esperaba un  asado tremendo.
Había un buen sol y muy poco viento. Al reparito de los árboles y la camioneta, me empecé a amodorrar. Cambié el balde por el suelo, me acosté sobre el pasto, me tapé la cara con la gorra y me dispuse a descansar un rato.
Enseguida nomás, la oí que me gritaba. Sorprendido di vuelta la cara y me encontré con el hocico de una hormiguita que me gritaba, parada sobre sus últimas patas flacas.
-¡Que haces grandote! ¿No te das cuenta que estás tapando la entrada del hormiguero? ¿Vos sos loco? ¿Qué? ¿Estás mudo?-
Yo no lo podía creer, así que seguía sin moverme y sin reaccionar.
-¿Me oís? ¿O hablo en chino?- Insistió.
Ya convencido que era verdad que una hormiga me estaba hablando, y por seguirle la corriente, me levanté perezoso para destapar el hormiguero y le dije:
-¡Perdonemé doña! La verdad es que no me di cuenta de la macana que me estaba mandando-
Pero la tipa estaba que volaba de la bronca y pronto, al sentir el griterío, llegaron varias compañeras. Es sabido que cuando la gente se amontona, pierde el miedo y se agranda, así que al rato era un griterío desaforado de hormigas que me puteaban ¡Sí! Las candidatas me puteaban en colores. Entonces sí. Ya no aguanté tanto maltrato y me largué también a insultarlas. Yo me había calentado hasta el caracú y no les aflojaba un tranco de pollo. Pero las tipas dale que dale con los gritos, hasta que se armó la grande. Unas cuantas me avanzaron por las piernas y se me prendieron con sus pinzas. Yo empecé a darles guacha a los saltos, con el ancho de mis zapatillas, dejando un enorme tendal de muertas y heridas.
En eso estaba cuando oí la voz de Venancio Torres. Había llegado sin que me diera cuenta y me encontró en plena batalla.
-¿Que está haciendo dotor?-
-¡Nada Venancio! ¡Me estaba sacudiendo unas hormigas que se me prendieron!- Como un pavo no me animé a decirle que las muy bandidas me habían insultado y después me habían agredido físicamente. Capaz que no me creía.

  

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