sábado, 18 de junio de 2011

¡Una chambonada!






Parece cuento pero es cierto que las cosas se aprenden a los golpes.
A uno pueden avisarle que hacer tal maniobra es peligroso porque el caballo patea, pero hasta que la patada no nos dobla con un golpe tremendo, no lo tomamos demasiado en cuenta, o nos pueden decir: ¡Guarda con esto! o ¡Cuidado con aquello! y será por naturaleza nomás, que no lo entendemos hasta que nos pasa.
Ese día tenía que revisar la oreja de un novillo flaco, porque hacía rato que le supuraba. Con Velázquez, un chileno amigo que se estará acordando de este cuento por allá arriba, lo atamos contra un palo. Una vez que estuvo quieto, él lo empujo contra el alambre y yo me acerqué despacio para tratar de explorar su oreja negra y peluda. El animal había quedado como agazapado, y con el hocico casi tocaba el suelo cuando yo me arrimé.
Es sabido que el cabezazo de un vacuno puede matar un tipo, porque tienen el hueso frontal especialmente duro y fabricado para pelear, pero yo, confiado, me agaché despacio y agarrándole la oreja, hice fuerza para que levantara la cabeza.
¡Y la levantó nomás! Pero en el movimiento inesperado me dio de lleno en la cara. Ni sé cuantos metros volé, ni cuantas estrellas brillantes se me aparecieron en lo negro de la vista. De lo único que me acuerdo, es que me levanté como un resorte porque ¡Seré chambón pero también orgulloso!
Velázquez me miraba preocupado, pero le dije que apenas me había raspado y seguí el trabajo como si tal cosa, atajando la sangre que me salía por las narices.
Al otro día tenía la cara como un bofe, pero estaba contento porque había aprendido una nueva.

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