Los hermanos Castillo son muy salvajes. Y así fueron desde chicos.
Cuando faltó su madre porque se fue con un gavilán a vivir a Mar del Plata, se pusieron más rebeldes todavía. Son cuatro varones y una mujer.
Buenos jinetes, trabajadores, tomadores de vino de cualquier color, grandes comedores de asado y tremendos pialadores.
El viejo Benicio les enseñó a manejar el lazo apenas supieron caminar en dos patas, y dicen que se los veía trotar todo el día por el patio del rancho, cerca de Licenciado Matienzo, enlazando gallinas, perros, y ovejas.
Lo bravo fue cuando empezaron con el chiste de pialar al padre.
Armaban una calle los cuatro varones. Dos le tiraban de volcado y los otros dos de revés.
El pobre Benicio, ya viejito, rezongaba todo lo que podía, pero estos animales le pegaban en las piernas para animarlo, hasta que por fin la víctima se paraba en una punta, abajo del sauce, y se largaba con un trotecito miedoso, mientras los bestias revoleaban y lo chumbaban.
Y no erraban tiro. Así que casi todos los días el viejo aparecía con un raspón o un corte nuevo.
La fiesta se les terminó la vez que Benicio, al dar por tierra, pegó con la cabeza en una tosca y quedó desmayado. Pero desmayado de tal forma, que al rato llegaron a la Sala de Primeros Auxilios los cuatro grandulones, llorando a moco tendido, con el padre en brazos. Creían que estaba muerto.
Por suerte Benicio se murió de viejo como diez años después. Pero ya no lo volvieron a pialar.
Cuando faltó su madre porque se fue con un gavilán a vivir a Mar del Plata, se pusieron más rebeldes todavía. Son cuatro varones y una mujer.
Buenos jinetes, trabajadores, tomadores de vino de cualquier color, grandes comedores de asado y tremendos pialadores.
El viejo Benicio les enseñó a manejar el lazo apenas supieron caminar en dos patas, y dicen que se los veía trotar todo el día por el patio del rancho, cerca de Licenciado Matienzo, enlazando gallinas, perros, y ovejas.
Lo bravo fue cuando empezaron con el chiste de pialar al padre.
Armaban una calle los cuatro varones. Dos le tiraban de volcado y los otros dos de revés.
El pobre Benicio, ya viejito, rezongaba todo lo que podía, pero estos animales le pegaban en las piernas para animarlo, hasta que por fin la víctima se paraba en una punta, abajo del sauce, y se largaba con un trotecito miedoso, mientras los bestias revoleaban y lo chumbaban.
Y no erraban tiro. Así que casi todos los días el viejo aparecía con un raspón o un corte nuevo.
La fiesta se les terminó la vez que Benicio, al dar por tierra, pegó con la cabeza en una tosca y quedó desmayado. Pero desmayado de tal forma, que al rato llegaron a la Sala de Primeros Auxilios los cuatro grandulones, llorando a moco tendido, con el padre en brazos. Creían que estaba muerto.
Por suerte Benicio se murió de viejo como diez años después. Pero ya no lo volvieron a pialar.
Por muy brutos que sean los hijos, a los mayores y no solo a los padres, los tendrian que respetar, las guasas y bromas tienen un limite que no se deben de sobrepasar.
ResponderEliminarA las personas mayores hay que respetarlas y más si peinan canas.
Saludos de Gabriel.
¡Sí! ¡Es verdad! Estos son medio locos. No sé si leíste el cuento de lo que les pasó con la madre. Se la olvidaron en la puerta del rancho y como la viejita estaba tullida, allí quedó asentandole la helada de las primeras horas de la noche. Murió de la neumonía a los pocos días.
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