viernes, 18 de septiembre de 2009

Lugano y una masacre

Y como les iba contado
-Mire, mejor sería que nos encontraramos en mi oficina de Boston- Dijo Elpidio Ramirez Alvarez -Deme un número de cuenta y le depositaré el dinero para el pasaje y sus gastos. Mi secretaria se encargará de darle todos los detalles-
Una semana despues, el taxi lo dejaba en la puerta del imponente edificio de la compañía Pfizer, en el 2200 de Princeton Avenue, en Boston.
La entrevista con Ramirez Alvarez duró solo media hora pero fué suficiente para que Lugano saliera de nuevo a la calle transformado.
La cuestión era que Pfizer estaba detrás de una planta de la selva brasilera que habían llevado algunos nativos a una feria local, y que había probado ser efectiva en el tratamiento del cancer. Si lograban encontrarla y aislar el principio activo, seguramente se posicionarían como líderes mundiales del mercado medicinal. Los nuevos conocimientos de Lugano de muchas de las plantas de la zona en que estuvo viviendo, podrían ser claves. Le ofrecieron un contrato de 200.000 dolares anuales si colaboraba en expediciones por los lugares que tan bien conocía.
Un mes despues estaban en camino para la selva. Junto a Lugano viajaba un experto en botánica y tres tipos mas, armados y entrenados como para que no hubiera contratiempos. Partieron en una combi de alquiler desde Corrientes y cuando llegaron a la zona de la estancia "El Totoral", la escondieron entre los arbustos y matorrales de una banquina, y siguieron a pie. Cruzaron el Río Uruguay en un bote inflable y se internaron en la espesura. Anduvieron dos largos días en los que iban juntando plantas que Lugano reconocía, y que el botánico acondicionaba con cuidado en envases especiales. En la mañana del tercer día un presentimiento de Lugano hizo que todos se detuvieran expectantes. De pronto la selva había enmudecido. Nada se movía y eso no era bueno. Lo demás sucedió muy rápido. Una sombra morena salió disparada desde unas plantas y corrió directamente hacia Lugano. Uno de los guardaespaldas sacó su pistola y apuntandole directamente a la cabeza la derribo de un tiro. Todo quedó en suspenso. Cuando Lugano dió vuelta el cadaver reconoció a Yihina. Y entendió que debía irse de allí. Salió corriendo como un loco mientras una lluvia de flechas envenenadas acribillaba a los cuatro estadounidenses. Y Lugano corrió. Y tropezó con mil raíces. Y se cayo una y diez veces. Y se levantó otras tantas, aunque nunca sospechó que nadie lo perseguía. A él no lo querían dañar los Yabitos.
El camino que les había llevado tres días lo recorrió en 36 horas agotadoras. Solo cuando llegó a la combi pudo dormir algunas horas para recuperarse y decidir que hacer.
Continuará

1 comentario:

  1. Decime que no vamos a tener que esperar hasta fin de año con la historia esta porque no se si LLEGO!!!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar

El hombre y el teléfono

  Cualquier empleado de campo, por más rústico que aparezca, anda con su teléfono celular en el bolsillo. La mayoría de los menores de 30 añ...