-¡Pase cuando quiera Spinelli!- Me dijo Pedro Albelo–Ya hablé con mi hija, que es la dueña del caballo, y ella prefiere “dormirlo”.
El caso es el de un viejo caballo tordillo, que hace
meses comenzó con una lesión en el ojo derecho, que ha ido creciendo sin parar,
hasta transformarse en un feo tumor del tamaño de una mandarina. El animal anda,
molesto y la lesión sangrante promete un verano difícil para controlar las
bicheras. Por eso decidieron hacer la eutanasia.
Esta semana tuve un rato y me llegué hasta Los
Mimbres, para cumplir con el desagradable asunto. Solo estaba Pedro, que agarró
al tordillo y lo llevó hasta un claro frente al monte. Primero le di un
anestésico que lo durmió enseguida.
-¿Ya está?- Preguntó Pedro.
-¡Casi Pedro! Ahora le aplico el eutanásico
endovenoso y listo.
Terminé la maniobra y Pedro, que estaba apurado
(aunque sospecho que también algo tristón por el final del tordillo), se
despidió porque tenía que ir al fondo del campo a buscar leña. Yo cargué mis
cosas y me fui también. Parecía el fin del cuento, pero quedaba otro capítulo.
Al día siguiente sonó el teléfono -¡Spinelli! ¡No
sabe lo que pasó!- Me dijo excitado Pedro.
-¡Ni idea! ¿Qué pasó?
-¡El tordillo se levantó y anda feliz y contento!
Al principio pensé en una broma, pero pronto me di
cuenta que iba en serio.
-¿Pero cómo?
-¡Y qué se yo Spinelli! ¡Si no sabe usté! Ahora
Laurita le está dando un poco de avena y dice que ha de ser un milagro nomás.
Cambió de idea. Lo va a cuidar todo lo que haga falta, porque piensa que si se
salvó de esta, será porque no se tenía que morir ¿Qué me cuenta?
-¿Qué te cuento? Que no sé que pudo haber pasado,
pero lo que dice Laurita debe ser cierto nomás.
Esto de trabajar con seres vivos nunca deja de
sorprenderme.