miércoles, 9 de junio de 2010

El Siam y el tren

Ramón terminó de limpiar el terraplén del tanque y volvió para su casa, cerca de Matienzo. Le dijo a su mujer Lucía que se preparara. Él se lavaba y cambiaba y salían para San Manuel. Iban a la lotería familiar en el Club. Estaban contentos. La lotería siempre es buena ocasión para encontrarse con amigos y, si la suerte acompaña, ganarse aunque sea una linda torta con dulce de leche.
Se subieron en el viejo Siam que arrancó sin ganas. Cruzaron el pueblo y salieron al camino vecinal. Por los agujeros del auto entraba un chiflete mortal esa tarde-noche fría. Y también entraba tierra sin compasión.
A los diez minutos llegaron al paso a nivel, y según se pudo saber, el diálogo que siguió fue así:
-¡Aflojále viejo! A ver si viene el tren-
-¡Pero que va a venir Lucía! Si hace como una semana que no pasa-
Pero ese día y a esa hora venía el tren. Ella lo vió primero pero no se asustó demasiado.
-¿No te dije? ¡Ahí viene!
La potente luz de la locomotora iluminó el blanco y destartalado Siam en su última foto, mientras la potente sirena se desparramaba en el silencio del campo.
-¡Vas a ver que pasamos! Dijo Ramón.
Y no pasaron por poquito.
El tren agarró la mitad de atrás del auto y, como estaba tan podrido, lo cortó limpito y se fue arrastrando por las vías el baúl y el tren trasero.
Ramón quedó agarrado del volante y Lucía un poco descolocada por el golpe pero bien sentadita en el asiento. Y ahí sí se calentó ella: -¿No te dije que venía, Ramón? ¡Al pedo no te quieren dar más el carné! ¡Sos un animal! ¡Nos podríamos haber matado!-
Ramón no decía nada. Miraba al frente como si estuviera manejando. Bien firmes las manos en el volante. Como engarrotado. Y así los encontró el maquinista cuando llegó corriendo después de parar el tren como a mil metros del accidente.

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